El macarra

Author Luis Garcia Reading time 4 minutes

Serie Asesinos, chivatos y macarras.

Capítulo 6


Lo de chulear a las mujeres es algo que he hecho en alguna ocasión, aunque nunca me gustó. Para sobrevivir, muchas veces hay que tragarse el orgullo y realizar alguna actividad que te desagrada, y eso me ha pasado a mí en bastantes ocasiones. Aunque tengo que reconocer que no siempre lo he hecho de mala gana. Ya os conté cómo conocí a Eva y lo que disfruté con ella. Y en aquella ocasión no tuve ningún remordimiento en explotarla el poco tiempo que lo hice. Me molestó más el tener a alguien a mi cargo que las consecuencias morales de vivir de la explotación sexual. Esas cosas de la moral quedan para aquellos que pueden elegir.

Ahora, a la vejez, veo en la televisión los movimientos feministas y comprendo que cuando yo era joven había muchas cosas mal, pero era la época que me tocó vivir y, en mi situación, ni siquiera pude plantearme la necesidad del cambio. El estar tirado en la calle solo te permite buscar salidas para huir del hambre y de la desesperación, y es lo que hice. Había que buscar fuentes de ingresos y una muy rentable era hacer de proxeneta.

Yo era muy fuerte y sabia pelear. No me atemorizaba nadie. Y en las calles siempre se encontraban mujeres desamparadas que necesitaban un tipo como yo para poder ejercer su profesión. Los clientes que buscan prostitutas en los callejones oscuros no son precisamente modelos a imitar. Y había algunos que si podían salir corriendo tras el servicio, pues mejor. Pero estos no eran los peores. Los peores eran aquellos que las buscaban para satisfacer sus instintos más primarios. Asociaban el sexo a la brutalidad, al sadismo e incluso a la mutilación. Frente a estos, las chicas necesitaban un hombre fuerte para defenderlas. Y ese era yo.

En poco tiempo me gane una bien merecida fama de ser duro con los abusadores y justo con las mujeres. A ellas no les pedía más dinero del que era necesario y a ellos les dejaba claro, para siempre, que no debían de volver por allí si querían seguir viviendo. Todo iba bien, hasta que una noche un tipo quiso rajarle la cara a una de mis protegidas. Acudí a su llamada de socorro, desarmé el individuo, le pegué una soberana paliza y cuando fui a quitarle el dinero que llevaba en la cartera para cubrir los gastos generados, descubrí que era un madero. Uno de la escala básica, pero madero. Yo conocía a casi todos los que patrullaban por el barrio y mi buen dinero me gasta en invitadas y regalos con tal de que no estorbasen en los negocios, pero aquel payaso era nuevo y quiso presentarse ante las chicas exigiendo servicios extra y gratuitos.

No sabía que hacer, así que, inconsciente, lo dejé tirado entre los arbustos de un parque. Aquella noche hizo mucho frío, y el tipo fue encontrado al día siguiente muerto. Solo una persona más había presenciado mi pelea con el policía, un compañero que vigilaba las actividades de una de sus trabajadoras que trabajaba cerca de la mía. Desde aquella noche pasó de ser colega a ser testigo perjudicial para mis intereses, y como él lo sabía, desapareció durante un tiempo. Pero lo encontré un un hostal de la periferia. Y allí también lo encontró la policía. Colgando del marco de la puerta del lavabo, al que le había hecho un agujero en la esquina superior derecha y por el que había pasado el cable del teléfono, para después atárselo fuertemente al cuello, dejándose caer y ahorcándose con el peso de su cuerpo. A sus pies, un enorme charco de orina. Y sobre la cama, una nota de despedida en la que se arrepentía de haber matado a un policía en el parque.

Si, la nota la escribí yo. Dudo de que el pájaro supiese siquiera escribir. Pero lo peor fue colgarlo. Tras dejarlo inconsciente, lo icé como iza el soldado cada mañana la bandera del cuartel. En medio de la operación el tipo recuperó el conocimiento y trató de soltarse, pero ya estaba en el aire y el cuello tan aprisionado con el cable que ni siquiera pudo gritar. Pataleó como si quisiera caminar por el aire, hasta que, tras un fuerte bufido, murió. Murió por estar en mal sitio en el peor momento. Solo por eso. Otro día puede que me pase a mí.

Como he dicho, he tenido que hacer muchas cosas para sobrevivir. Chulear a las mujeres quizás no ha sido de las peores.

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