La invasión extraterrestre

Author Luis Garcia Reading time 9 minutes

el descubrimiento

El Dr. Alistair Vaughn, mi bisabuelo, nos había avisado, pero nadie le creyó. Catedrático de antropología, había estudiado durante toda su vida unas extrañas tablillas que la ciencia no había sido capaz de catalogar ni de traducir, pero que él, al final de su carrera, creyó haber conseguido descifrar. Y realizó una publicación en su universidad donde se atrevió a afirmar que aquellas tablillas tenían más de diez mil años de antigüedad. Según él, aquel idioma fue el origen del sumerio, y demostraba que la escritura humana era mucho más antigua de lo que se creía. Evidentemente, solo por decir eso, cuando la ciencia oficial solo reconocía una antigüedad de cinco mil años a la primera escritura, la sumeria, ya era toda una herejía, pero mi bisabuelo no se quedó ahí. Según él, la escritura cuneiforme fue una involución de otra escritura mucho más avanzada que hablaba toda la humanidad. Defendía que hace unos diez mil años, hacia el final del período Neolítico, siendo la población mundial humana alrededor de cuatro millones de personas, era fácil que todos hablasen la misma lengua, más cuando ésta fue impuesta por una civilización extraterrestre. Y gracias a las tablillas estudiadas estaba convencido de que a esta civilización se la llamaba Zyphor y de que hablaban un idioma llamado Xalanthir, el cual solamente algunos humanos llegaron a comprender en su totalidad.

Pero si ya todo esto fue motivo de mofa por parte de todos los científicos de su época, mi bisabuelo no se quedó contento y añadió algo más: Esta civilización extraterrestre llegó a la tierra en una inmensa nave espacial averiada y para repararla, esclavizaron a la humanidad para que trabajasen en minas de las que conseguir los muchos minerales que necesitaban para poder continuar su viaje. Esta situación duró varios siglos, hasta que por fin, con las reparaciones terminadas,se marcharon, con la promesa de que volverían en un futuro para seguir explotando las muchas riquezas de éste planeta. Gracias a esta invasión, la humanidad aprendió a distinguir unos minerales de otros, y evolucionó del Neolítico a la Edad de los Metales. Pero no solo eso, sino que, debido a estos extraterrestres, la humanidad comenzó a creer en los dioses venidos del cielo. Dioses bondadosos para los sumisos y terribles para quienes se enfrentaban a ellos.

Para respaldar su teoría, el doctor Vaughn añadió a su tesis uno de los textos encontrados, según él escritos en Xalanthir:

"Zyphor tel'nar khon'um dra'hir. Xen thal'mir kahor rykh'nar zu'el. Sorn'eth humar, ra'vas tumar na'khor. Kyn xal'ma zur thir nar'kor, yk sor'drak xe'lar Tyrahn. Xe'lar thrun'xar terum'kir Tyrahn ky'in, thrath vor'ma Zol'mar."

Y cuya traducción sería:

"Los Zyphorians llegaron desde el vacío. Encontraron una raza débil y la esclavizaron. Los humanos fueron obligados a trabajar en las profundidades de la tierra, extrayendo los minerales que los Zyphorians necesitaban. Cuando se marcharon, juraron regresar, pues la Tierra era rica en agua y recursos."

La reputación de mi bisabuelo quedó por los suelos, cosa que hizo que sus descendientes se alejasen de la ciencia para dedicarse a otras cosas, pues el apellido Vaughn había quedado completamente desprestigiado. Solo un tonto siguió con los estudios, en secreto, del anciano. Yo mismo, el bisnieto al que de niño le contaba historias alucinantes sobre otros mundos y otros seres inteligentes; al que le enseñó a leer el Xalanthir, idioma del que decía mi padre que era completamente inventado. Aunque yo, oficialmente, me hice astrónomo, lo cual fue motivo de burlas durante años de uno de mis colegas, que, conociendo la historia familiar, me decía que había elegido ese campo de estudio para buscar a los extraterrestres de mi bisabuelo.

Fuese como fuese, el caso es que los encontré. Y fue así, de repente, como suelen ocurrir estas cosas. Un día mi colega me llamó, muy excitado, para mostrarme una modulación de ondas muy extraña que había detectado con su radiotelescopio. Tras haberla procesado con diferentes filtros, había conseguido que se escuchase una voz gutural, que parecía decir:

"Zyphor xan'dra thur. Zarak'nor va'shiri tyal'kor 12 xen'mar. Rath'eth nar kyon'ath Tyrahn rek'var thrun'kil 1 xerath. Xerath rin'ma tor xan Tyrahn yth mir'eth sol'kor rekvar."

Al principio no comprendí qué era aquello. Sonaba como un rapero imitando la percusión. Pero al reproducirlos más lentamente, mi corazón dio un vuelco. ¡Era el idioma del bisabuelo! Y tras varias horas de estudio, conseguí traducir aquellos sonidos:

Nave exploradora Zyphor informando. Distancia restante: 12 ciclos estelares. A la velocidad actual, llegaremos a la Tierra en aproximadamente 1 xerath."

Un xerath, según mi bisabuelo, era un año terrestre. ¡Dios mío, ya estaban aquí!

La llegada

En el mundo actual es más fácil enviar un mensaje al mundo entero. Mucho más fácil, al menos, que en tiempos de mi bisabuelo. Internet, las redes sociales, la televisión... A todos estos sitos acudí para avisar del peligro al que nos enfrentábamos, y conseguí lo mismo que casi cien años atrás él: La burla y las risas de toda la gente. Nadie creyó en mis palabras. Pero una noche, recibí una visita. Un tipo que se identificó como coronel del ejercito del aire tocó a mi puerta y, tras mostrarme su identificación oficial, me dijo que tenía una cosa que mostrarme. Le hice pasar al salón, con más curiosidad que miedo, pues llevaba ya muchos meses recibiendo desprecios de todo el mundo y aquel hombre al menos se había presentado con muchísima educación.

Sentados en el salón, sacó una grabadora. De ella salió la voz gutural ya conocida. Después de haber escuchado miles de veces la grabación de mi colega, estaba perfectamente familiarizado con la entonación y la velocidad de aquellas palabras. Y las traduje casi de forma automática:

--Naves exploradoras han sido lanzadas. Su misión: destruir las defensas de la Tierra. Cuando finalicen, llegaremos con las fuerzas invasoras.

Al escuchar mis palabras el coronel, palideció. Tras unos segundos en silencio, me dijo:

--He seguido sus pasos por Internet. He estudiado su teoría y he tratado de traducir las tablillas de su bisabuelo. En mi departamento todos se han reído de mí. Este mensaje lo captamos hace dos semanas, y ahora tengo que decirle a mis jefes que la invasión está ya aquí. ¡Estoy seguro que me van a despedir! Las supuestas naves no han sido detectadas aún. Y por lo que usted me dice, tienen que estar ya muy cerca. ¡No sé lo que voy a hacer!

--¡Tiene que hacerlo público! --le grité--. No deje que estos extraterrestres nos sorprendan. Piense en el pasado: Nos esclavizaron y vienen a arruinar el planeta. ¡Hable con quien sea! ¡Mejor aún, hable con todo el mundo!

Pasados tres días, el coronel y yo mismo estábamos en un plató de televisión. Expusimos los hechos y respondimos a las preguntas de la presentadora. Aquella noche recibí miles de correos electrónicos. Casi todos me decían que creían en nuestras palabras. Cientos de astrónomos aficionados se pusieron a escrutar los cielos en busca de las naves invasoras. Los radioaficionados conectaron sus aparatos al universo a la caza de más transmisiones. Y así fueron pasando las semanas, pero no pasaba nada. Lo más extraño fue que se divisó una noche una fuerte lluvia de meteoritos que nadie había previsto, pero nada mas.

A medida que los días pasaban, la prensa nos fue olvidando, y los pocos medios que hablaban de nosotros lo hicieron para desprestigiarnos. Sacaron la historia de mi bisabuelo y le atribuyeron una enfermedad mental que, sin duda, yo mismo había heredado, y gracias a ella, había involucrado en mis locuras a un coronel que, hasta que me conoció, había tenido una brillante carrera. Nos convertimos en unos parias.

Pasado ya más de un año de todo aquello, yo mismo me creía loco. Dudaba de todo lo ocurrido y los recuerdos de las enseñanzas de mi bisabuelo se me antojaban pesadillas de hechos que nunca habían existido. Mi mente, estaba seguro, me había jugado una mala pasada haciéndome escuchar mensajes donde solamente había ruido de estrellas. Sí, estaba convencido de que todo había sido fruto de mi mala cabeza, de mi locura. ¡De la locura heredada de aquel anciano mentiroso que engañó a un niño!

Pero un día mi colega me visitó. También traía una grabadora y también me dijo que había grabado aquella voz gutural. Me puse a temblar. Él, muy serio, me dijo:

--Esto lo grabé hace un año. Con el lío que se había montado contigo y con el coronel no me atreví a hacerlo público. Me callé como un cobarde. He estado a punto de borrar esta grabación muchas veces, pero creo que, antes de hacerlo, deberías de escucharla. Solo tú puedes saber qué es lo que ha ocurrido realmente.

Pulsó el botón de reproducir y aquellos gruñidos me hablaron de nuevo: "Atención, nave nodriza, la atmósfera está contaminada y perjudica a nuestro sistema de navegación. Caemos. No se acerquen al planeta, es muy peligroso. ¡Las emisiones contaminantes están por todas partes! ¡Hemos llegado demasiado tarde! ¡Todo está perdido! ¡Regresen, aquí no hay esperanza para nosotros!

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