La Mansión Blackthorn - Episodio cuatro.

La Mansión Blackthorn - Episodio cuatro.

  • mdo  Isaac Thornell
  •   La Mansión Blackthorn
  •   Septiembre 29, 2025

El encuentro con Lord Elias Thorne

La biblioteca era inmensa. Registros de libros apilados hasta el techo, columnas de piedra que sostenían balcones superiores, mesas largas llenas de papeles amarillentos y objetos extraños. En el centro, frente a una chimenea encendida cuyas llamas danzaban con vida propia, estaba sentado Lord Elias Thorne.

Era imposible saber su edad. Podía tener sesenta, ochenta… tal vez más. Tenía el cabello blanco y largo, recogido en una coleta floja. Su rostro era huesudo, con pómulos altos y una barbilla afilada que hacía que su cara pareciera un cráneo cubierto de piel. Sus ojos eran lo peor: claros, profundos y fijos, como si pudieran ver no solo mi cara, sino mis pensamientos más ocultos.

Llevaba una bata negra, larga y abotonada hasta el cuello, sobre una camisa blanca ya amarillenta. Sobre sus rodillas descansaba un libro grueso, con tapas de cuero oscuro y bordes metálicos corroídos por el tiempo. Lo cerró lentamente cuando me vio entrar y lo dejó sobre la mesa con cuidado reverencial.

—¿Así que es usted el periodista? —su voz era baja, pero clara, como el sonido de una campana muy lejana. Me hablaba mientras leía mi tarjeta.

—Sí, milord —respondí, sin saber bien cómo dirigirme a alguien que parecía salido de una pesadilla.

Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Sus manos eran largas, delgadas, con dedos casi exageradamente finos, como ramas secas.

—Hace muchos años que nadie cruza esta puerta. ¿Qué le trae por aquí?

—Investigo. Quería conocer la verdad sobre su familia, sobre la mansión... Sobre usted.

Una sonrisa leve apareció en sus labios, como una grieta en la piedra.

—¿La verdad? —repitió—. ¿Y qué hará con ella cuando la tenga?

Sentí un escalofrío. No era una pregunta casual. Era una advertencia.

—Contarla —dije, tratando de mantener la compostura—. Para eso estoy aquí.

Lord Thorne se levantó lentamente, como si cada movimiento le costara un esfuerzo consciente. Se acercó a una de las ventanas altas y estrechas, y miró hacia el bosque que rodeaba la propiedad.

—Esta casa no fue construida solo sobre piedras —dijo—. Fue edificada sobre secretos. Secretos viejos, poderosos… y hambrientos.

—¿A qué se refiere?

Volvió su rostro hacia mí. Sus ojos brillaban con una luz extraña.

—¿Ha soñado usted últimamente, señor Henshaw? ¿Quizás con extraños aquelarres en esta propiedad? ¿Con personas empaladas?

Me quedé helado. No podía saberlo.¡Nadie podía!

—¿Cómo sabe usted eso? —le respondí casi gritando.

—Porque esta casa también sueña. Y a veces, comparte sus sueños con aquellos que están destinados a cruzar su umbral.

Se acercó aún más, hasta quedar a menos de un metro de mí. Me miró y creí ver salir de sus ojos una luz intensa, rojiza, aunque desapreció en una décima de segundo.

—¿Quiere conocer la verdad? Muy bien. Pero prepárese. Porque algunas verdades no se cuentan. Se pagan. ¡Y a veces co la vida!

Tras aquellas palabras, mi cara tuvo que reflejar claramente la sorpresa y el miedo que me provocaron, porque Lord Thorne comenzó a reir.

—Ve usted, amigo periodista, todos podemos amenazar, no solo usted —dijo bajando la voz. —No crea que sus bravatas me han impresionado. Le he dejado entrar porque he sentido curiosidad. Ha sido la única persona que ha venido hasta esta mansión con algo parecido a un plan. Todos los que le han precedido se limitaron a aporrear mi puerta y exigir una entrevista. Usted parece algo más listo. Pero no crea que le voy a dejar que me torture a preguntas estúpidas. Quiero advertirle que no doy entrevistas y quiero rogarle que informe a su periódico de que estoy vivo y que no deseo que se de publicidad a ese hecho. Ustedes tienen artículos de prensa en un periódico de mierda que pueden tratar de usar contra mí, pero yo tengo mucho dinero y una legión de abogados que pueden arruinarles rápidamente. Son expertos en ganar demandas. Es por ello que le pido que regrese lo antes posible a su posada. En Thornvale no hay telégrafo. Tendrá que enviar al cochero que le trajo al pueblo a Silverbridge para que envíe su mensaje desde allí y tiene que hacerlo pronto si quiere que llegue su mensaje a Londres a primera hora de la mañana. Usted podría aprovechar el viaje y coger allí mismo el tren de vuelta. Pero haga lo que haga, que le quede claro una cosa: No quiero aparecer en la prensa nunca más. ¿Me ha entendido?

Esa pregunta final sonó claramente como una amenaza. El miedo que había pasado me había desaparecido. Ahora estábamos jugando al "usted no puede publicar esto sin mi permiso" y ese juego lo dominaba bien. Había jugado a él muchas veces.

-Lord Thorne, usted sabe perfectamente que en éste país existe la libertad de prensa. Mientras no publique nada injurioso u ofensivo contra usted, la justicia no puede hacerme nada. Además, me reitero en lo que le he dicho a su criado en la puerta: No sé aún si Lord Thorne existe. Usted podría ser perfectamente un actor disfrazado, cómplice del criado, para engañarme y conseguir que me vaya convencido de que sigue vivo y así, ustedes, seguir disfrutando de lo que no es suyo.

Lord Thorne echaba fuego por los ojos. Sin decir nada, me señaló el cuadro que estaba colgado sobre la chimenea.

—¡Ahí está la familia Thorne al completo! Mi esposa, mis hijos y yo mismo. ¿Duda usted, insecto, de que soy yo quien está ahí retratado? ¡Nunca en mi vida nadie se había atrevido a dudar de mi palabra! ¡Váyase inmediatamente de éstas tierras y regrese a Londres! Aquí no es bienvenido.

—No he querido ofenderle, pero necesito alguna prueba más que un retrato, como comprenderá.

Tras dudar un momento, Lord Thorne miró a su alrededor y se acercó a una de las estanterías que estaba llena de cartapacios. Comenzó a abrirlos y a remover los numerosos documentos que guardaban, sin, al parecer, encontrar lo que buscaba. Tras un rato, me echó una mirada felina y se quedó como meditando unos segundos. Después, dejó los documentos sobre las estantería y se acercó a mí.

—Un caballero no necesita documentos para ser tratado como tal. Pero como veo que duda de mi identidad, he tratado de encontrar entre mis documentos personales algunos que puedan demostrarla. Entre estas carpetas están mis certificados de nacimiento, matrimonio o defunción, además de algunas fotografias de mi boda y de mis familia. Sí, tengo fotografías, señor Henshaw, no solo anticuados cuadros. Pero todo eso tendrá usted que buscarlo. Yo ya he perdido la paciencia. Le dejaré unos instantes para que los localice y se convenza de una vez de quien soy. Y después, le ruego que se marche de aquí con viento fresco.

Lord Thorne se sentó de nuevo frente a la chimenea y se puso a leer el libro que había dejado a mi llegada sobre la mesa. Yo, con la curiosidad típica de mi oficio, me dispuse a revisar sus documentos personales. Allí encontré los típicos documentos de un terrateniente: Títulos de propiedad, contratos de arrendamientos, mapas y planos de sus propiedades, que parecían muy extensas y entre las que se incluía el propio pueblo de Thornvale; registros de rentas de los inquilinos, que eran muy numerosos, y cosas así. Sorprendentemente, estaba todo perfectamente organizado, lo que me ayudó a hacerme una idea muy precisa de quien era y qué representaba en aquella comarca lord Thorne.

En otra serie de carpetas estaban archivados los documentos relacionados con sus títulos nobiliarios, su árbol genealógico, su escudo de armas, y cosas de ese tipo. La verdad es que si los certificados y las fotografías que había mencionado se habían traspapelado entre aquella montaña de documentos, sería casi imposible encontrarlas en un breve espacio de tiempo. Pero al cuarto cartapacio que abrí, los encontré. En las fotos se veía a un joven lord de pie, vestido de gala, con su mano izquierda apoyada en el hombro de su esposa, sentada a su lado y vistiendo un espumoso traje de novia negro. Él tenía una mirada orgullosa y altiva, mientras que la de ella era la de una niña asustada. Por el certificado de matrimonio pude comprobar que se habían casado con apenas veinte años.

También había una fotografía con la familia al completo, delante de la mansión. Los niños tenían la misma cara que su madre, y ambos mostraban a la cámara una mirada temerosa.

Pero entre las fotografías y los documentos, había un pequeño diario de lady Margaret Fairchild. No me atrevía a ojearlo delante de su marido, pero como no lo había mencionado, pensé que no recordaba que estaba allí, así que con disimulo, me lo guardé bajo mi chaqueta. finalmente, al disponerme a cerrar el cartapacio, me llamó la atención un mapa geológico. En el se había plasmado una caverna natural que existía bajo la mansión y que contenía pinturas rupestres prehistóricas. Según las anotaciones al margen "las pinturas muestran una figura con ojos rojos siendo adorada por figuras humanas.En el centro, hay una gran boca abierta en la tierra, devorando almas".

"Por fin encontré algo que pudiera estar relacionado con mi investigación" pensé. Y con el mismo disimulo con el que me había guardado el diario, oculté bajo mis ropas el mapa. Después, con paciencia, cerre la carpeta, la coloqué en su lugar y me acerqué a Lord Thorne para entregarle los documentos y las fotografías encontrados.

—Lord thorne, le pido perdón por dudar de su identidad. Creo que estos son los documentos que buscaba y en los que queda claro quién es usted. Si realmente no desea ser entrevisto, le pido permiso para regresar a mi pensión y enviar el telegrama.

Sin mirarme, recogió los documentos y, estirando el brazo izquierdo, cogió una campanilla de la mesa y la hizo sonar. Enseguida llegó el criado.

—Peter, acompañe al señor Henshaw a la salida y no le permita nunca más la entrada, por favor.

—Será un placer.


Continuará.

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