La mansión Blackthorn -episodio dos

La mansión Blackthorn -episodio dos

  • mdo  Isaac Thornell
  •   La Mansión Blackthorn
  •   Septiembre 15, 2025

Thornvale

Llegué a Thornvale bajo un cielo plomizo, con la esperanza de encontrar respuestas. Me alojé en The Hollow Lantern Inn, una posada antigua con ventanas empañadas. Empujé la puerta de madera astillada y entré en el local como quien cruza una frontera invisible. El aire del interior era espeso, casi sólido. El humo de las pipas se enroscaba bajo el techo bajo, formando nubes grises que apenas dejaban ver las vigas oscuras. Olía a cerveza rancia, sudor viejo y algo más difícil de definir... tal vez humedad, o miedo acumulado durante años.

El lugar era pequeño, pero parecía más reducido aún por el silencio que reinaba allí. Solo había un puñado de clientes, hombres de rostros marcados por el tiempo y el trabajo duro, sentados junto al fuego moribundo de la chimenea. Algunos me miraron sin disimulo, otros fingieron no hacerlo. Uno, de barba sucia y ojos demasiado quietos, dio una calada profunda a su pipa y exhaló una nube densa que me cubrió completamente la cabeza.

Detrás del mostrador, limpiando un vaso con un paño tan mugriento como el propio recipiente, estaba ella: la mujer que debía ser la encargada. Era rolliza, con las mejillas coloradas y los brazos fuertes como troncos. Llevaba un vestido negro desteñido, con el delantal manchado de algo que preferí no imaginar qué era.

—¿Qué desea? —me preguntó, sin levantar la vista del vaso que frotaba con insistencia inútil.

—Una habitación para un par de días. Si es posible.

Se detuvo. Me miró por primera vez. Tenía los ojos pequeños, pero agudos, como si estuvieran acostumbrados a leer entre líneas.

—¿De paso?

—Digamos que sí —respondí, intentando sonar despreocupado.

—¿Y qué lo trae por Thornvale, forastero?

La pregunta quedó suspendida un momento, como el humo sobre nuestras cabezas. Los hombres del fondo bajaron aún más la mirada.

—Periodismo —dije al fin—. Investigación.

Ella soltó una risa breve, seca, como el crujido de una rama muerta.

—Claro. Como todos.

Me lanzó una llave oxidada sobre el mostrador. Casi rebotó antes de detenerse entre nosotros.

—La tres. Al fondo del pasillo. No haga mucho ruido al subir. Las paredes oyen... y a veces responden.

No supe si era una advertencia o una broma. Pero nadie rió.

Con la llave en la mano y el peso de las miradas en la espalda, me dirigí hacia el fondo del local, donde un hueco de escalera ascendía hacia la oscuridad. Pero pese al cansancio, el estómago me rugía. El viaje había sido largo, y aunque no tenía apetito, sabía que necesitaba algo caliente dentro, por lo que me dí la vuelta en mitad de las escaleras, bajé de nuevo al bar y le pedí a la mujer —que más tarde supe que se llamaba Edda— si podía servirme algo para cenar.

—Hay estofado —dijo, sin entusiasmo—. O pastel de riñón. Y pan. Si es que eso cuenta como comida para usted.

Opté por el estofado. No era gran cosa: trozos de carne dura cocidos hasta casi deshacerse, zanahorias mustias y patatas demasiado blandas, todo en un caldo espeso que olía más a hierbas secas que a sal. Lo acompañó con un vaso de cerveza oscura, densa como sangre y con un sabor amargo que me hizo torcer el gesto al primer trago. También un poco de pan negro, tan duro que tuve que romperlo con las manos.

La mesa frente a la chimenea estaba libre, pero preferí sentarme cerca de la pared. Quería tener la espalda cubierta. Mientras comía, noté cómo los hombres del fondo seguían observándome entre bocados y murmullos. Hablaban en voz baja, como si temieran que algo los escuchara desde las vigas del techo o detrás de las ventanas empañadas.

El calor del fuego comenzó a relajarme los músculos, y por primera vez en horas, dejé que mi mente se detuviera un instante. ¿Qué encontraría mañana? ¿Qué secretos guardaba realmente la Mansión Blackthorn?

Cuando terminé, devolví el plato vacío a la barra. Edda lo tomó sin decir palabra.

—¿Más? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—Solo quiero dormir.

Me señaló con el mentón el pasillo oscuro.

—Buena suerte entonces.

Subí las escaleras con paso lento. Cada madera crujía bajo mis pies, como si protestaran por mi presencia. Al final del corredor estrecho, encontré la habitación tres. La puerta chirrió al abrirse, como si llevara años sin ser usada.

Dentro, el aire olía a humedad y a cera vieja. Una sola vela ardía sobre una mesita de noche astillada. Junto a ella, un pequeño crucifijo colgaba torcido de la pared. No parecía un adorno, sino una protección.

La cama era estrecha, con un colchón que olía a lana mojada y moho. Las sábanas eran ásperas, pero limpias. Me quité el abrigo y me senté en el borde. El colchón se hundió con un susurro de resortes oxidados.

Miré hacia la ventana. Las cortinas, desteñidas y finas, apenas ocultaban la oscuridad exterior. Más allá, solo se veía el bosque, quieto y vigilante. Y muy lejos, casi perdido entre las colinas, creí distinguir la silueta oscura de la Mansión Blackthorn.

Me recosté vestido, con el reloj de bolsillo en la mano, como si fuera un talismán. Cerré los ojos, deseando no soñar.

Pero esa noche, soñé.

Y no fue un sueño cualquiera.


Continuará.

Blackthorn relato misterio terror


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