La mansión Blackthorn - Episodio tres.

La mansión Blackthorn - Episodio tres.

  • mdo  Isaac Thornell
  •   La Mansión Blackthorn
  •   Septiembre 22, 2025

El sueño

Recuerdo perfectamente aquel sueño, si es que fue un sueño lo que ocurrió. Estaba yo subiendo unas amplias escaleras que me llevaban hacia un enorme portón que cerraba el paso a un castillo. Desde lo alto de la muralla, una sombra que fumaba una enorme pipa me observaba con unos ojos rojos. Y digo una sombra, porque no veía cuerpo alguno. Solo una pequeña nube formada por lo que expulsaba la pipa, sobre la que se reflejaba una silueta coronada por aquellos ojos del infierno.

Llamé a la puerta y esta se abrió. Entré con miedo, y en lugar de encontrarme un patio de armas, me hallé en un claustro monacal. La galería, a oscuras, estaba llena de monjes con hábitos negros. Inmóviles, con las manos en las mangas, parecían observarme, pero ninguno se movía. Ni un gesto, ni un ruido. De repente, en el jardín interior se encendió una gran hoguera, que adquirió en un segundo proporciones imposibles. Las llamas eran más altas que el propio claustro. Todo pasó en un segundo de la oscuridad a la iluminación sinuosa de las llamas. Gracias a ello, pude ver brillar los ojos de los monjes dentro de sus capuchas. Eran también rojos. Rojos como los de un animal salvaje, como lo del mismísimo perro del Infierno.

Era tanta la luz de la enorme hoguera, que pude fijarme en las columnas que sujetaban la galería cubierta. No eran de piedra, ni de mármol... ¡Eran seres humanos empalados! Todos con las estacas saliéndoles por la boca, obligándoles a mirar hacia arriba. Unos tenían hojas de parra sobre sus cuerpos desnudos, otros serpientes, sapos, ratas... Las manos de muchos permanecían atadas a la altura de sus cuellos rajados de lado a lado y por los que manaba una abundante sangre roja. Tan roja como si fuera el jugo de una fruta. Tan abundante como si fuera un manantial.

Aquel espectáculo era aterrador, pero a la vez, mágico: Las piedras antiguas iluminadas por la luz tintineante de las llamas, las columnas del claustro convertidas en carne y sangre, y detrás, los monjes, oscuros, como estatuas, que parecían decenas de faros emitiendo una intensa luz roja desde sus ojos... ¡Aquello era la antesala del Infierno, no me cabía duda!

Cuando recuperé el aliento, quise retroceder, salir corriendo por donde había venido, pero al girarme, me topé de bruces con un anciano. Vestía una larga túnica blanca, atada sobre el hombro izquierdo, al estilo de un senador romano. Tenía el pelo escaso y canoso. Era muy alto y muy delgado, huesos cubiertos de un largo pellejo. Su cara, ovalada y con un mentón prominente, estaba presidida por dos grandes y oscuras cuencas, sin ojos. Su boca desdentaba se movió y una voz gutural me dijo: "No vayas a la mansión." En ese momento, me desperté, empapado en sudor y temblando como un niño con fiebre.

La primera visita a la mansión

Aquella mañana me levanté temprano y tras desayunar algo en el hostal, le pedí a Edda que me indicase cómo llegar a la mansión. Siguiendo sus instrucciones, atravesé un espeso bosque por un sendero bastante abandonado. Las hierbas invadían el camino y las ramas de los árboles parecían querer esconderlo, como si ya la naturaleza no permitiese el paso por él.

Tras una hora larga de caminata, llegue a un alto desde el que se contemplaba un enorme valle cubierto por la vegetación. Y allí, a mis pies, estaba La Mansión Blackthorn, imponente y silenciosa. Desde donde me encontraba, podía apreciar bien su fachada principal: una estructura victoriana perfectamente delineada, de piedra grisácea cubierta en parte por la hiedra, con ventanas altas y estrechas rematadas en arcos ojivales, típicos de aquella época. La puerta principal era enorme, hecha de madera oscura reforzada con hierro oxidado, y en el centro incluso podía apreciar un picaporte de grandes dimensiones, con forma de cabeza de león. Sobre ella, un rosetón emplomado.

El techo se elevaba en múltiples niveles, con tejados inclinados y agudos que se entrecruzaban formando ángulos irregulares. Varias chimeneas de ladrillo rojizo se erguían sobre las diferentes alas de la casa, algunas torcidas por el paso del tiempo, otras adornadas con detalles labrados que sugerían un pasado de lujo decadente. Una delgada columna de humo negro salía de una de ellas.

Pero al rodear desde la altura con la mirada los laterales y la parte trasera visible del edificio, comprendí que no estaba ante una mansión común. Detrás de la elegante fachada victoriana, se extendía un cuerpo mucho más antiguo, oscuro y austero. Era fácil reconocer las formas de un monasterio medieval: muros gruesos de piedra sin tallar, ventanas pequeñas y discretas, y una estructura cuadrada y sobria que contrastaba con la ornamentación de la parte frontal.

Y allí, conectado casi sin gracia al ala este de la mansión, estaba lo que parecía ser el claustro original, intacto pero desgastado por el tiempo. Sus columnas de piedra, erosionadas por la lluvia y el viento, sostenían arcadas simples y severas. Entre ellas, un jardín descuidado mostraba plantas retorcidas y flores mustias, como si ni la vida se atreviera a prosperar allí. Las losas del suelo estaban levantadas en algunos puntos, y entre ellas crecían musgos oscuros, casi negros. Aquel claustro me recordó al de mi pesadilla y me puse a temblar. No podía entender cómo la noche antes de ver aquel edificio había soñado con algo muy parecido a él. Allí estaba el claustro unido a un edificio distinto del convento original, como yo lo vi aquella noche, aunque en mi pesadilla estaba unido a un viejo castillo. Sí, los detalles no coincidían, pero el parecido era más que casual. Tanto que no me hubiera sorprendido encontrar a los empalados en lugar de las viejas columnas que soportaban aquellos arcos.

Traté de tranquilizarme y seguí estudiando el lugar. También distinguí varias salas adjuntas al claustro: estancias pequeñas con vitrales rotos, celdas monacales que parecían vacías, y una estancia mucho más grande que las demás, que a mi me dio la impresión que se trataba de una iglesia. Todo ello integrado al resto de la construcción de manera algo forzada, como si hubieran intentado fundir dos épocas distintas en una solo edificio, pero sin lograrlo del todo.

Era evidente que la mansión había sido construida sobre los restos de un lugar sagrado, aunque ahora cualquier rastro de santidad parecía haber sido corrompido. Había algo inquietante en la forma en que ambas partes convivían: la elegancia fría de la casa victoriana y la solemnidad oscura del antiguo convento. Como si uno caminara no solo entre paredes, sino entre distintas épocas que no habían terminado de morir. O entre dos mundos...

Descendí de la colina y llegué hasta la entrada. Me quedé allí parado, frente a la verja de hierro forjado que daba entrada al jardín principal, sintiendo cómo el aire se hacía más pesado a cada segundo. Sobre ella, había un enorme cartel que decía: "Prohibido el paso". Busqué alguna campanilla o llamador, pero no había nada de eso a la vista. Temí que, si daba unas voces para que alguien me atendiera, se personase uno de los monjes de mi pesadilla, por lo que simplemente empuje la puerta y para sorpresa mía, se abrió. No sabía qué encontraría dentro, pero estaba decidido a entrar ya que era el objetivo de mi viaje, por lo que, con el corazón aporreando mi pecho como queriendo escapar de él, crucé aquel umbral a lo que parecía en mi mente otra realidad y caminé por la senda empedrada hacia la casa. A cada paso podía sentir que aquella no era una mansión cualquiera: su aislamiento, su construcción tan peculiar, aquel silencio de muerte... Todo indicaba que allí había algo oculto y peligroso. No cabía duda de que aquel era un lugar que guardaba secretos, esos secretos que yo venía a desvelar pero que, tal vez, la mansión nunca dejaría que los contara.

Llegué hasta la puerta principal del edifico y me coloqué delante del inmenso llamador. Aquella cabeza de león era impresionante, por su tamaño y por su perfecta confección. Por un momento creí que, si la tocaba, cobraría vida, tal y como le ocurrió al propio Mr. Scrooge. Sus fauces estaban preparadas para destrozar la mano de quien se atreviera a acercársela. Pero sobreponiéndome a mi loca imaginación, la cogí con las dos manos, la levanté todo lo que pude y la hice chocar contra la enorme puerta de madera un par de veces. Al rato apareció un sirviente impecablemente vestido, con un chaqué negro de corte severo y un chaleco cruzado debajo. El tipo debería de tener unos sesenta años, alto, fuerte, casi atlético, con un pelo canoso cortado al estilo militar. Me miró con unos ojos azules penetrantes tal y como el propio león de la puerta miraría a su presa.

—¿Qué desea? —preguntó, quizás molesto por haberle interrumpido en sus labores diarias.

—¡Buenos días! Vengo a ver a Lord Thorne. Me llamo Arthur Henshaw. Soy periodista y quisiera hacerle una entrevista para mi periódico —le respondí con el mejor tono de vendedor de enciclopedias que pude poner, a la vez que le entregaba una de mis tarjetas de visita.

—Perdone, señor, pero en ésta casa no se reciben visitas —me respondió él de la misma manera, sujetando la tarjeta como quien sujeta un gato mojado.

—¿Esa es una orden del propio señor Thorne? —pregunté a ver si el criado caía en la trampa y me confirmaba que aún vivía.

—Es una orden que se me dio hace treinta años, cuando comencé a trabajar aquí, y que desde entonces he cumplido a rajatabla —me respondió, ahora ya con un tono chulito, propio del Witechapel de donde seguramente procedía.

—¿Podría hablar con la persona que esté encargada de la casa, por favor?

—¡Soy yo mismo! —dijo ya con un tono burlón, que era lo que precisamente estaba esperando.

—Escúcheme atentamente, señor —le respondí levantando la voz—. He venido desde Londres para hablar con Lord Thorne, del que se teme que haya desaparecido, o peor aún, que haya sido asesinado. Si ha ocurrido esto, usted es el principal sospechoso, porque es evidente que es quien se está beneficiando de su ausencia, habiendo tomado posesión de unas propiedades que no le corresponden. Mi periódico me ha dado unas instrucciones muy precisas: Si no puedo enviar un telegrama a mi director confirmando que Lord Thorne sigue con vida mañana por la mañana, él mismo, en persona, pondrá una denuncia en Scotland Yard y comenzará a publicar una serie de artículos denunciando su desaparición. ¿Qué cree que ocurrirá cuando la Cámara de los Lores lea la prensa?

la cara de sorna del criado desapareció de golpe. Tras unos segundos de duda, me dijo "Espere aquí" y me cerró la puerta. A los pocos minutos, regresó y me pidió amablemente que lo acompañase. Y así fue como, por fin, entré en la mansión Blackthorn.

Cruzé el umbral, y fue como si hubiera dejado atrás el mundo real.

El recibidor era enorme, oscuro y frío. Una lámpara de gas colgaba del techo abovedado, parpadeando como si estuviera a punto de extinguirse. Su luz amarillenta apenas alcanzaba a iluminar los retratos que cubrían las paredes, cuadros antiguos con marcos dorados desgastados, donde rostros pálidos y ojos hundidos parecían observarme desde otra época. Algunas telas estaban agrietadas, otras manchadas. Todos tenían algo en común: miraban hacia mí.

—Por aquí —dijo el sirviente, sin más.

Avanzamos por un pasillo interminable, cuyo suelo de mármol negro brillaba como agua estancada. A ambos lados, cortinas gruesas de terciopelo rojo caían hasta el suelo, como si ocultaran algo tras ellas. No hablamos. Ni él ni yo. Solo se escuchaba el eco de nuestros pasos sobre las baldosas heladas. Y a veces, algo más. Un crujido lejano, como si la casa respirara. O tal vez fuera el viento filtrándose entre grietas invisibles.

Finalmente, llegamos ante una puerta doble de madera tallada, con formas retorcidas que recordaban raíces de árboles muertos. El criado se detuvo y me miró por primera vez mostrándome algo distinto al desprecio: Quizás fuese cautela.

—Lo espera —dijo.

Abrió la puerta sin hacer ruido, y me indicó que entrara solo.


Continuará.

Blackthorn relato misterio terror


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