La suerte - parte I
Una pesadilla
Me levanté cansado. No había dormido bien y me desvelé con extrañas ideas machacando mi cabeza. Pasé toda la noche dormitando, estrujándome los sesos en cosas sin sentido. Era como si una idea estuviese a punto de surgir pero se negaba a hacerlo, y mi cerebro se limitaba a dar vueltas a su alrededor sin llegar a ninguna parte. Me desperté de repente, quizás para evitar seguir un solo segundo más con aquella tortura. Pero fuese lo que fuese, nada más abrir los ojos, pasó. No recuerdo ninguno de aquellos pensamientos repetitivos y torturadores ¿Extraño, no?
En la oficina, con la rutina y la concentración en mis deberes, dejé de pensar en la mala noche que había pasado. Pero a media mañana, ya con todo encarrilado y más relajado, una imagen acudió de repente. Fue un flash, un destello, pero intuí que detrás de aquello había un cuerpo humano.¡Raro, sí! Pero acudió a mi cabeza, durante apenas unas décimas de segundo, la visión de lo que intuía era un torso desnudo. Ni siquiera era capaz de distinguir si era de hombre o de mujer.
Comiendo traté de recrear la imagen, pero estaba cansado y decidí no esforzarme más. Si aquel pensamiento no acudía por si solo, se perdería para siempre en el olvido.
Pero a media tarde vino la policía al trabajo. Eran dos tipos de mediana edad vestidos con vaqueros y jerséis de cuello redondo. Mi jefe nos dejó su despacho para que "hablásemos con tranquilidad" y se marchó sin ni siquiera mirarme.
Querían saber qué había hecho la noche anterior, entre las siete y las doce de la noche. Y aquella pregunta sirvió como detonante de la explosión que se produjo en mi cerebro ¡No era capaz de recordar nada de lo que había hecho antes de irme a dormir! Solo recordaba haberme despertado por la mañana y haber venido a trabajar... Por más que me esforzaba, no era capaz de recordar nada. Los policías se miraban el uno al otro con una sonrisa burlona, como diciéndose con la mirada *"éste tío se está riendo de nosotros", pero no insistieron. Solamente me pidieron permiso para registrar mi casa. Cuando les dije cuál era el motivo, me dijeron que una chica había desaparecido y algunos testigos habían declarado haberla visto la noche anterior en mi compañía. Solo querían comprobar si estaba en mi casa y si estaba bien.
No era capaz de recordar nada, pero la imagen del torso acudió de nuevo a mi cabeza y un presentimiento de que algo terrible había ocurrido en mi casa se adueñó de mi alma. Sentí que estaba en peligro, que algo terrible había hecho y que aquellos dos venían a castigarme por ello, así que me negué a que registrasen mi casa. Ellos me amenazaron con que pedirían una orden judicial y que mientras tanto, el exterior estaría vigilado permanentemente, a lo que les respondí, con más miedo que chulería, que lo hiciesen, que yo tenía que defender mis derechos y que ningún juez sería capaz de pisotearlos por unas simples declaraciones. Los maderos se marcharon y yo salí disparado a mi casa.
Llegué a mi calle muerto de miedo. Delante del portal había un coche patrulla estacionado, y en el rellano un agente que me pidió que me identificara. Cuando comprobó que yo era el ocupante de la vivienda, me dejó entrar, pero inmediatamente se puso a hablar por la radio. Cerré rápidamente la puerta, y me puse a registrar las habitaciones. Temía encontrar un cuerpo amputado debajo de alguna cama, en la bañera o debajo de mis propias sábanas...¡Pero allí no había nada!
Con las manos temblorosas, busqué en el cubo de la basura, en el cesto de la ropa sucia, debajo del fregadero... buscaba indicios de que en aquel piso se hubiese cometido un asesinato: Ropa manchada de sangre, objetos personales de otra persona... ¡Pero fuese lo que fuese aquello que tanto temía hallar, en mi casa no estaba!
Desesperado, llamé a todos mis amigos. Quería averiguar si había salido con alguno de ellos la noche anterior. Pero todos me dijeron que no me habían visto. De hecho, por sus respuestas, llegué a la conclusión de que no había salido de casa. No soy un tipo al que le guste salir por ahí de noche y solo. Siempre quedo con alguien. No recordaba nada, pero estaba seguro de que, al menos esa noche, no había cometido ningún crimen.
Entonces sonó la puerta. Un grupo de policías, acompañados de una secretaria judicial, venían con una orden de registro. Me amenazaron con que, si me negaba a que se realizase, me detendrían y el registro se haría igualmente, por lo que los dejé pasar.
Tras tres horas en mi casa, por la que pasaron perros, personal de laboratorio con monos blancos y agentes uniformados y de paisano, y tras mirar mil veces en cada uno de los rincones de mi pequeño apartamento, me entregaron una citación para tomarme declaración la mañana siguiente en comisaría, y se marcharon.
Aquella noche no dormí. Decidí salir a la calle a investigar por mí mi mismo si alguien me había visto, pero enseguida me di cuenta de que no serviría de nada. ¿A dónde iba a ir? Estaba en aquellas cavilaciones cuando, nuevamente, sonó la puerta. Era mi vecino, el cotilla, que quería saber qué había pasado. Le expliqué rápidamente todo y él se puso a meditar.
-- Anoche escuché ruidos en tu casa --me soltó a bocajarro, el muy cabrón.
-- ¿Ruidos? ¿De qué tipo?
-- No sé. Como de una conversación con una chica. ¡Igual podría haber sido la televisión, pero ruidos escuché!
-- Éste tipo, como hable con la policía, me hunde en la miseria--pensé. Quizás lo más inteligente era quitármelo de en medio y hacer callar para siempre a aquel impertinente cotilla que seguro que me arruinaría la vida. Pero la policía estaba vigilándome. No era el momento de meterse en más líos.
¿Qué? ¿Cómo había sido capaz siquiera de pensar eso? Yo era una persona tranquila, incapaz de hacerle daño a nadie. El haberme planteado matar a mi vecino, así, casi de forma instantánea, tan solo por hacer insinuaciones insidiosas, no era propio de mí. Aquel asunto me estaba destruyendo.
-- ¿Me escuchaste anoche hablar con alguien?--Le pregunté.
-- Pensándolo bien, creo que no. Pero quien sabe, tampoco es que te vigile.
El tipo se estaba riendo de mí. Me estaba vacilando y quería ponerme nervioso, pero yo estaba seguro de que aquella noche nada había pasado en mi casa. Con ésta idea, comencé a relajarme, y ya estaba dispuesto a acostarme, después de despedir a mi vecino con muchas prisas y pocas excusas, cuando de pronto el teléfono móvil me avisó de que tenía un mensaje. Era de un número desconocido, pero el texto del mismo me dejó helado: "Anoche te vi y si quieres que no hable con la policía, llámame lo antes posible."
Temblando, marqué el número del remitente del mensaje. Una voz de hombre ronca, como forzada, dijo "diga", pero yo permanecí en silencio, sin saber qué decir.
--Sé que eres tú. Se lo que has hecho y quiero dinero por mi silencio.
--¿Qué es lo que sabes? --me atreví a responder.
--Déjate de tonterías. Sé lo de la chica y todo lo que pasó anoche. Pero por un módico precio, puedo olvidarlo fácilmente.
--Antes de pagar, quiero que me digas exactamente qué sabes. Como comprenderás, no le voy a dar dinero al primero que me llame. Demuéstrame realmente que te mereces esa pasta que pretendes cobrar--. No me reconocía a mi mismo hablando de aquella manera, pero había visto demasiadas películas malas de policías como para no saber que siempre aparecía algún listo con ganas de timar al asesino. Y además, si era verdad que existía un testigo que había visto realmente algo, yo era el primero en querer escucharlo, a ver si de una vez comprendía qué estaba pasado.
Hubo un silencio al otro lado de la linea. Después, la voz ronca, con un tono serio, dijo:
--Por teléfono no es seguro dar detalles. Puede que lo tengas pinchado. Tenemos que vernos en algún lugar discreto. Yo organizaré la reunión y te haré llegar los detalles de alguna manera--. Y colgó.
¿El teléfono pinchado? ¡Pues claro. Si el juez había dejado a la policía registrar mi casa, seguro que les habría permitido escuchar mis llamadas.
No sabía qué hacer, no sabía qué había hecho y ni siquiera sabía si tenía que pagar a un desconocido que, por lo que parecía, sí sabía de qué iba todo este lío. Me puse a llorar como un niño.
-Continuará.